lunes, 8 de junio de 2009

Erik Von Hasser - Preludio

Roxeena Torns era una mujer que no tenía pensado trabajar para ganarse la vida, ni pensaba vivir mal. Pero había nacido en un grupo social poco adecuado para sus expectativas. Era la hija de un artesano alcohólico, un hombre avaro que gastaba más en bebida que en materiales con los que trabajar, cosa que lo estaba llevando a la ruina.

Tras mucho tiempo sufriendo una vida para la que no estaba dispuesta a prepararse, decidió que la mejor forma de avanzar hacia sus sueños de riqueza era lograr el matrimonio con alguien de elevado poder, matrimonio para el cual eligió a Lord Hasser, que no solo estaba soltero, sino que acababa de convertirse en conde . Pero atarlo no sería fácil. Pues todo el mundo sabía de la bondad del conde Hasser, y no querría estar con una mujer cruel y avariciosa como era ella. Pero en un mundo en el que la magia es habitual, pocas cosas son imposibles.

Un mago llamado Patrik había llegado a la ciudad hacía dos años, había elegido Kalisse como pueblo en el que asentar su laboratorio por su proximidad tanto al mar como a dos de las tres metrópolis del reino de Bendekar.

Roxeena fue al laboratorio del mago, pensando en todas las historias que había oído sobre elixires de amor. Y mientras llamaba a la puerta una duda le asaltó: ¿Cómo iba a convencer al mago de que aquello no podía decírselo a nadie? No hizo falta, el mago no le interesaba para nada lo que hiciese con él, lo único que le importaba era que le pagase por el elixir el precio que el marcaba.

No era la primera vez que Roxeena robaba, pero si era la primera vez que robaba tanto dinero. Con ayuda de un antiguo novio, se coló en el templo de Pelor, dios del sol, y robaron de las arcas en las que se almacenaba el dinero para ayudar a los pobres. Dos días después, el elixir estaba en sus manos.

Para colarse en la casa del conde, Roxeena mató a una de las sirvientas y se disfrazó de ella, y solo tuvo que colar el elixir en una de las jarras de agua, y luego dárselo a beber a Lord Hasser. El amor fue instantáneo, pero solo por parte de él.

El hecho de amarla y no ser sinceramente correspondido, hizo mella a lo largo de los años en la mente del conde, que poco a poco, se fue hundiendo en si mismo, cada vez hablaba menos. Roxeena, que no quería arriesgarse a dejar de darle la poción y temía que en su locura le privase de algo, decidió concederle el hijo que él tanto ansiaba, así lo mantendría ocupado tendría algo con lo que manejarlo mejor.

Nació el niño, la matrona se asustó. Se lo entregó a la madre, y esta se asustó. Incluso el padre, recio y valeroso como era, se asustó. El niño era pelirrojo, y eso era muy raro, y no estaba bien visto. Solo el mago no se asustó, solo él ofreció una explicación a la rareza del recién nacido. La teoría se basaba en la ingesta por parte del padre del elixir, que podría haber alterado su genética o la forma de su alma, pero que sin estudiarlo durante unos años no podría saberlo con certeza. Ella se negó a que estudiase al conde, pues lo necesitaba activo. Pero, ¿que problema habría en que estudiase al niño?


El niño fue llamado Erik, Erik Von Hasser

Ella no soportaba a los niños, con lo que no tardó en proponerle a su marido de mandar al niño a estudiar magia al laboratorio del mago. Se lo darían en condición de aprendiz. Así Roxeena tenía al crío lejos, al padre orgulloso, una excusa para ir a ver al mago una vez al mes, y tener una segunda persona en el futuro que crease el elixir. Era un plan perfecto, pero no lo podía mandar siendo tan pequeño, tendría que soportarlo durante al menos unos años.


Hasta los 5 años el niño fue yendo regularmente a ver al mago, para revisiones periódicas, pero a partir de los cinco, fue a vivir con él para convertirse en un gran mago en el futuro. O eso le estaba haciendo creer Roxeena al padre.

Fueron diez años viviendo en la casa del mago, diez años en los que veía a su madre una vez al mes, cuando esta iba a “informarse sobre Erik”, que realmente iba a por la poción. Con el paso del tiempo, Erik comenzaba a sospechar, pues el mago, que en el fondo era bastante bueno, dejaba caer pistas sobre la maldad de su madre, pero nunca tan directas como para que un niño pequeño se enterase. Erik, por motivos de trato, no tardó en preferir al mago antes que a su madre.

Ya faltaba poco para que Erik cumpliese los quince años, y llevaba sin ver a su padre desde los cinco, lo único que recordaba de él era su bondad, su sentido del honor, y su amor por Roxeena. Ni siquiera recordaba su cara.


Llegó el día de su cumpleaños. También era el día en que su madre venía a informarse de sus avances. Era la primera vez que coincidían ambos actos en un mismo día.

El mago indicó a Erik que ese día le iba a hacer un examen, y que consistía en que saliese al jardín, buscase la prueba y la realizase en menos tiempo del que le llevaba a él hablar con su madre. En ningún momento le felicitó nadie.

Roxeena llegó, puntual como siempre. Erik Salió a saludarla, esperando una felicitación o un regalo, pero no hubo nada, ni siquiera un abrazo ni un beso, solo lo saludó con una palmadita en la cabeza y pasó de largo. Nadie se interesaba por él, aunque de su madre no le extrañaba.

Comenzó a buscar por el jardín. Era fácil, solo tenía que buscar algo mágico, por que si era su prueba de magia, tendría que ser algo mágico. Colocó sus manos en la posición tantas veces estudiada, y con voz cargada de energía, lanzó un conjuro, uno que le permitía ver la magia activa en los objetos o personas. Se recorrió todo el jardín así, mirando hacia todas partes en busca de algo que pudiese ser su prueba. Pero no lo detectaba. Siguió buscando, por si se había olvidado algún sitio, pero no aparecía nada. Se enfadó, ¿Como pretendía examinarle sobre magia si no era mediante la magia? Las pruebas mundanas las había hecho hacía unos meses, no podía estar engañándole.

Entonces vio algo raro. No era mágico, era algo que no debía ser así. Un agujero en la pared, de aproximadamente 2”. En la parte de atrás de la casa, a la altura del laboratorio del mago. Se acercó, cautelosamente, preparado por si había una trampa. Nada parecía esperarle, nada saltó sobre él, y nada detonó con su presencia. No era una trampa. En el agujero no había auras mágicas, ni se veía nada, ni se escuchaba nada, era un simple agujero. Toda su ilusión cayó por los suelos, aun no tenía ninguna pista, y su madre no tardaría mucho en salir. Bajó la vista, decepcionado de si mismo, y vio otra cosa que no estaba los días anteriores, tierra removida. Con el conjuro todavía activo, escarbó en la tierra con sus manos denudas, y a poca profundidad encontró una funda para pergaminos hecha de plomo, por eso no la había detectado, por el plomo, era el material con mayor capacidad de bloquear la magia de adivinación. Lo alzo, le sacudió la tierra, lo abrió y vio dos pergaminos dentro. Los sacó. Uno era mágico, el otro una carta.

“Felicidades, ya tienes 15 años, y con esto, la mayoría de edad. Ahora viene tu prueba, el pergamino es un conjuro de clariaudiencia, que te permitirá escuchar algo que debes que oír, cuando lo escuches, tu mismo decidirás el resultado de la prueba”

Intrigado por esas palabras y contento de que alguien recordase su cumpleaños, desenrolló el otro pergamino, lo alzó hasta tenerlo a la altura de su cara y, con la misma voz energizada de antes, invocó el poder del pergamino.

Comenzó con un leve dolor en sus oídos, que al instante desapareció. Lo siguiente que notó fue el latir de su corazón, luego el roce de su ropa, los árboles meciéndose en el viento, pájaros lejanos… escuchaba todo lo que había alrededor, y más. Escuchó una voz muy baja, lejana más bien, una voz que reconocía. Giró levemente su cabeza, intentando captar mejor el sonido, comprendió rápido que provenía del agujero de la pared, se acercó y escuchó.

- ¿Te falta mucho?, estoy cansada de esperar.
- Ya casi está.
- Siempre lo tenías hecho para cuando yo llegaba, ¿Por qué esta vez no?
- Tuve mucho trabajo estos días, tú, sabiendo como has llegado a donde estás, dudo mucho que sepas lo que es el trabajo.
- Cuidado con lo que dices, o haré que te decapiten en la plaza del pueblo.
- ¿Y quien te haría entonces el elixir de amor, para que tu marido te quiera?
- Maldita rata, como sigas así, buscaré a alguien que lo haga y luego te mataré.
- Hasta entonces deberías dejar de amenazarme, ¿o quieres que tu preciado marido te vea con sus propios ojos?
- Algún día me libraré de ti, en cuanto ese bastardo que tengo por hijo sepa preparar la poción me lo llevo de aquí, y no tendré que volver a verte.
- Pues lo llevas mal, porque hoy está empezando con pruebas de madurez y lógica, que le ayudarán a pensar por si mismo.
- ¿Qué? Como osas enseñarle eso a mi hijo, no te pago para eso, te pago para que me des a alguien capaz de hacer ese maldito elixir.
- Bueno, sería difícil que tu hijo entendiese la magia si no es capaz de entender su entorno, y de la misma manera, para dominar la magia, debe dominar su entorno, creo que te va a costar manejarlo como a su padre, ¿Por qué pones esa cara?, no te sienta bien esa expresión de bruja, jajaja.

Tras un momento de silencio, escuchó como cristales se rompían, mesas se volcaban y el mago gemía de dolor. Tras eso, solo se escuchaba el crepitar de las llamas que se habían formado en el laboratorio. Entonces, la explosión le dejó inconsciente.

Abrió los ojos, ruinas, ruinas cubiertas de hierbajos y musgo, todo le dolía.
Estaba desnudo, desnudo frente a la casa en la que había crecido, la casa del mago.
Se intentó poner en pie, pero cayó sobre la hierba. A gatas, avanzó hacia las ruinas.
Oyó a un gato, un gato que maullaba lastimeramente. Una niña, una niña llamaba al gato. El gato se llamaba Fadia, era una gata.
Se agarró a una de las rocas de la casa, y vio un tubo de plomo oxidado semienterrado, con una carta dentro, al verlo, se le llenaron los ojos de lágrimas. Otro maullido. Le dolía la cabeza. Agarró el tubo para pergaminos, y lo apretó. Antes de quedarse inconsciente de nuevo, Erik escuchó otro maullido y a una niña gritar mientras asomaba sobre los escombros.

No hay comentarios: