miércoles, 25 de febrero de 2009

Persiguiendo al pasado - capítulo 3

Maegan se pasó toda la tarde y parte de la noche leyendo el diario de su madre, en el que se contaban tanto su infancia como su romance con Harlech y huída de ambos bajo la apariencia de mercaderes. Brottör, el padre de Rûrik era un soldado de la guardia que había conocido a Harlech en la taberna y que le permitía entrar en palacio por saber que estaba loco por la niña elfa, aparte del hecho de que le debía un favor: le había pagado la deuda del bar.

La historia encandiló rápidamente a Maegan, no solo por la belleza con la que había sido escrita, sin por el evidente hecho de que lo había escrito su madre, pues tenía su letra y estaba repleto de expresiones que ella solía utilizar.

Gracias a este diario, descubrió que pertenecía a una rama de la familia real del cosmopolita reino de Bendekar. Lo que le llevaba a pensar que sus abuelos seguían con vida, ya que no había oído nada relacionado con la muerte de algún miembro de la realeza en el reino de Bendekar.

Milenios atrás, el reino había pertenecido a los elfos, y había sido gobernado por un solo rey. Pero con el paso de las eras, los humanos se habían ganado un hueco a pulso. Ahora el reino estaba gobernado por diferentes familias de elfos y de humanos, y los patriarcas de todas se hacían llamar reyes.

En ninguna parte del diario se decía el nombre de la familia de la que venía Maegan, pero era cuestión de investigar.

Se durmió leyendo, abrazada al diario.

Por la mañana, Rûrik llamó a la puerta:
- Maegan, ¿estás ahí?
Todavía medio dormida:
- Si, ¿que quieres?
- Es la primera vez que me levanto yo antes que tú desde que eras una niña pequeña, ¿estás enferma?
- No, salgo ahora, Dame unos minutos.
- Te espero en el claro en el que entrenamos ayer.

Media hora más tarde, Maegan llega al claro y ve a Rûrik durmiendo sobre un tocón de árbol. Se acerca sigilosamente. Y le coloca la espada de madera por una ranura del gorjal de la armadura.
- Mueres, gané.
En ese momento Rûrik abre los ojos, con una expresión confiada dibujada en la cara.
- Te equivocas, tengo una gorguera metálica bajo el gorjal, y una daga en tu vientre.
En ese momento, Maegan siente el golpe en el vientre, a la altura de la vejiga, de una daga roma de madera.
- Recuerda, Maegan. Acércate siempre por un lado desde el que veas todos sus movimientos y el lo tenga difícil para reaccionar, y si puedes, no te acerques demasiado.
- Siempre tienes un as en la manga, algún día te cogeré desprevenido.
- Algún día, si, algún día, je je je. Venga, entrenemos. Hoy te voy a enseñar algo de espada y escudo, pero con escudo pesado, no el que hemos usado últimamente.
- Vale- dice algo desanimada –empecemos.

Caminan hacia unos arbustos en los que guardan las armas de madera que talló Rûrik, y destapan toda esa colección de armas de entrenamiento. Entre ellas se encuentran: lanzas, espadas cortas y largas, dagas, martillos, hachas, escudos pequeños y, a diferencia del día anterior: Escudos pesados. Todos los objetos allí apilados estaban cubiertos de runas enanas.

- Me pregunto como te las ingenias para tallar en tan poco tiempo las armas que me vas a enseñar a utilizar, y para dejarlas tan bonitas.
- Pues ya ves, habilidad enana.

Sin mediar ninguna otra palabra, se pusieron a entrenar.

- Dime Maegan, ¿en que piensas?
- ¿Qué?- dice ella algo despistada –en nada, ¿Por qué lo dices?
- Normalmente te cubres antes, ahora estás en las musarañas y te cuesta ver los golpes, cuando te das cuenta de por donde va a ir el golpe te intentas cubrir, pero estoy tan cerca que podría abalanzarme sobre ti y aplastarte bajo mi peso. Tienes que estar atenta y representar siempre una amenaza para que no me pueda acercar demasiado, sino, te ganaré por simple masa corporal.
- Vale, estaré atenta.

Siguieron entrenando unos minutos, pero la falta de concentración de Maegan era evidente. Rûrik comenzó a bajar la guardia a propósito, para ver si ella se centraba al ver la posibilidad de impactarle, pero no. Aquel no era día para entrenar.

- ¿Me vas a decir lo que te pasa o te vas a hacer la dura pese a las evidencias?
- No me pasa nada, simplemente… tengo muchas cosas en la cabeza. ¿Te importa si lo dejamos por hoy? Tengo muchas cosas en las que pensar.
- Lárgate, y más te vale que el motivo por el que descuidas tu entrenamiento no sea un chico. Por que como sea eso, ¡Le corto las ganas de estar contigo!

sábado, 14 de febrero de 2009

Vorox - Prefacio

Me llamo Graax’xt, y esta es la historia de mi vida.


No soy humano, ni lo querría ser.

Nací en un bello planeta al que los humanos llamaron “Vorox”. Mi especie dominaba el planeta, pues no había ninguna criatura capaz de arrebatarnos el puesto en la escala alimenticia.

Cuando los humanos se adentraron en nuestro planeta, nos dieron el mismo nombre, nos llamaron “Vorox”, realmente creo que es una tontería, pues en el planeta viven más especies.

Primero nos temieron, pues los superábamos en estatura, en peso, en fuerza y en resistencia, y solíamos ser tan ágiles como ellos, sino más.
Para que os hagáis una idea, según sus medidas (que tardé varios años en aprender) estamos entre los 8 y los 10 pies de altura. Y de peso estamos entre las 400 y las 650 libras. Pero no por ello somos lentos, al menos no más que ellos, eso los asustaba.

Pero quizás, y solo quizás, lo que más temiesen fuese el par de extremidades adicionales que tenemos en comparación a sus pequeños y frágiles cuerpos.
O las garras venenosas en que terminaba cada unos de nuestros dedos.

Mis antepasados intentaron entablar contacto pacífico, pues no teníamos por costumbre exterminar a cada ser que nos cruzásemos. Pero ellos, al vernos, nos atacaron sin pensarlo.
Rechazamos el primer ataque, y no volveremos a cometer el error de acercarnos pacíficamente a desconocidos, ahora es una de las primeras lecciones que los ancianos enseñan a los cachorros.

Al principio de la guerra los cazábamos nosotros a ellos, pues eran intrusos en nuestro planeta.
Era fácil, no sabían moverse bien por el bosque, nosotros si.

Luego comenzaron a lanzar ellos los ataques, buscaban nuestras pieles, nuestras garras, y una cosa más, la gloria de poder decir que habían matado a un Vorox. Y nos llamaban bestias salvajes a nosotros.

Después comprendieron una cosa que fue la mayor perdición para nuestra especie, y es que somos tan buenos combatientes, que en vez de cómo un deporte, la gente nos prefería como esclavos. Pero es imposible domesticar a un Vorox. Así que decidieron capturarnos de pequeños, para educarnos desde el principio a su manera.
Las cacerías que se libraron en esos tiempos todavía se usan para atemorizar a los cachorros rebeldes.
Éramos los reyes de nuestro mundo, lo dominábamos, pero lo hacíamos de manera justa y natural, matábamos para alimentarnos, y por territorio para vivir, nada más.

Pero ellos llegaban, aparecían de la nada, mataban a los adultos, y se llevaban a las crías. Lo único que dejaban era un bosque en llamas.

Pasaron muchos años hasta que se prohibió la caza y tráfico de los de mi especie, pero eso solo sirvió para reducir levemente el número de ataques.
Pues los humanos no respetan ni sus propias reglas.

Nuestra cultura y tecnología siempre fue extremadamente primitiva comparada con la de ellos. Pero no necesitábamos nada más de lo que ya teníamos.
Mientras que ellos usaban armaduras de cerámica, de plásticos especiales, etc. Nosotros nos conformábamos con una simple prenda de cuero. Cómoda, sencilla y práctica, que no estorbase el movimiento.

Ellos usaban vehículos voladores de gran velocidad, nosotros corríamos.

Ellos utilizaban rifles láser, nosotros lanzas.

Nos superaban en tecnología y armamento, en táctica y efectivos.

Nosotros teníamos un perfecto conocimiento de la zona y la desesperación del lobo acorralado, lo que nos hacía más peligrosos.


Fueron años sangrientos seguidos de años de esclavitud, en los que ellos hicieron con mi raza lo que les dio la gana. Espero que algún día, tengamos la oportunidad de vengarnos